Junio de 2013
El Ciclo Básico Común, es una de las innovaciones más
transformadoras que ha producido la Universidad de Buenos Aires en su historia. Cada
año, miles de estudiantes que pasan por él se encuentran en una de las
encrucijadas más maravillosas en la vida de un joven o una joven: la
elección de un camino.
Los argumentos que se escuchan sobre la conveniencia de elegir una
carrera u otra, ponen en juego las condiciones naturales del estudiante, las
potenciales salidas laborales que ofrecen, la comodidad geográfica del lugar de
estudio, los costos y el prestigio social de la carrera, los antecedentes (o
mandatos) familiares y muchos etcéteras más.
Cada uno de estos argumentos juega algún papel en la elección y es
bueno tenerlos en cuenta. Pero a veces, se deja de lado un ingrediente esencial
en esta encrucijada de la vida: la
pasión y el placer de saber por saber nomás.
Hace unos años, Adrián Paenza me hizo una entrevista para uno de sus
programas de televisión. En ella me formuló la pregunta clásica: ¿Por qué había
elegido ser matemático? No recuerdo cuál fue mi respuesta en aquel momento para
salir del paso. Pero la pregunta me pareció que merecía una reflexión más
profunda y fue allí cuando recordé dos sucesos que tenía olvidados y que quiero
compartir hoy con ustedes.
Los dos episodios pueden situarse siendo yo muy joven, cuando ya estaba
cursando mi primer o segundo año de la facultad de Ciencias y por aquel
entonces tenía poca idea de por qué había elegido ser matemático y tal vez
dudaba sobre si la elección había sido la correcta.
·
Por aquel entonces me crucé con
un libro del astrónomo y divulgador Carl Sagan, creador de la serie Cosmos que tanto impactó en los años 70´.
El libro en cuestión se titula Los
dragones del Edén. Especulaciones sobre la inteligencia humana. En él se
estima que la edad del Universo, desde el Big Bang es de unos 15 mil millones
de años. Si bien es un número enorme, no suele impresionar, sencillamente
porque no lo podemos imaginar. Queda fuera de nuestra comprensión. Debemos hacer
un esfuerzo extra para entenderlo. Para ello Carl Sagan tiene una idea bella y
sencilla (por eso tal vez, más bella aún): Para dar
una idea de la cronología cósmica del Universo, Sagan comprime en ese libro los
15 mil millones de años del Universo en un solo año. Así, en el “año cósmico”, el
Big Bang ocurre el 1 de enero a la cero hora, el sistema solar se conforma allá
por el 10 de Agosto, pero la
Tierra se forma recién el 14 de setiembre. La vida se hace
presente por el 25 septiembre recién comenzada la primavera cósmica. Pero hay
que esperar hasta después de Navidad para que aparezcan los dinosaurios. El
hombre irrumpe en escena en las últimas dos horas del 31 de diciembre mientras
los dioses se preparan para el brindis… La historia de nuestro país, desde
1810, ocupa apenas el último medio segundo del año de Sagan.
Lo que hace Sagan es usar la vieja regla de tres
simple o la proporcionalidad como se dice ahora. Creía, tal vez como muchos,
que eso sólo existía en los cursos de matemática. Pero no sólo permite
entender. La idea es hermosa. Una idea simple puesta al servicio de un
problema: en este caso comunicar algo más o menos complejo, como es la de
imaginarse un número enorme, como es 15 mil millones de años. De alguna manera
la idea de Sagan muestra la potencia y la belleza de una ciencia que tiene
fama de hostil e inaccesible.
Hardy (un matemático inglés de mitad del siglo pasado)
decía que los desarrollos de un matemático deben ser bellos. Que la primera
prueba a superar es la belleza.
·
La segunda anécdota sucedió una
noche en mi casa. Estaba solo frente al televisor, viendo al famoso mago David
Copperfield. En un momento, el mago invitó a los televidentes a que nos
acercáramos a la pantalla. Sobre ella aparecieron varias monedas distribuidas
de modo que formaban un nueve. No importan mucho los detalles del truco, la
cosa es que el mago nos indicó a los cientos de miles de televidentes que
eligiéramos un número y que siguiéramos un par de instrucciones sencillas sobre
las monedas que brillaban en la pantalla. Al tiempo anunciaba que él, nos
induciría a todos con su poder mental, a elegir la misma moneda. Seguí
obedientemente sus instrucciones y, como era de esperar, la moneda que elegí yo
y miles de espectadores fue la que segundos después el mago anunció como la
elegida por todos. Sentí cierta emoción. Estaba frente a un desafío. No
entendía y quería entender, estaba felizmente atrapado con un problema que
quería resolver. Tomé papel y lápiz y al rato pude descubrir el truco que por
cierto no era nada difícil.
Belleza y desafío, desafío y belleza.
Creo que fue esa noche que descubrí mi pasión por la
matemática.
La búsqueda de esta pasión es parte del camino de cada uno. Tal vez,
la parte más importante. Es más, me parece que la búsqueda, es el camino mismo.
No se debe vivir como un fracaso cada cambio de rumbo, cada retroceso para
tomar uno más adecuado a los intereses de cada uno. No acuerdo con los que
miden la eficiencia de la educación y la de las personas en términos de los
títulos que otorga o el tiempo en que se tarda en obtenerlos. Más bien debería
ser en función de cómo mejora y construye ciudadanía y como nos ayuda a ser
felices y mejores personas.
Parafraseando a Galeano, esta pasión de la que estamos hablando es
como el horizonte. Caminamos unos pasos hacia ella y se nos aleja otro tanto.
Entonces para qué sirve tener un sueño imposible se pregunta el poeta y él
mismo se responde que justamente para eso, para caminar unos pasos.
En las últimas décadas se debate en el mundo,
cómo despertar la vocación de los jóvenes en la ciencia y la tecnología en
general y en la matemática en particular.
Se puede decir que hacer matemática es resolver
problemas y crear problemas. La resolución de problemas no es un asunto
puramente intelectual “la determinación,
la tenacidad y las emociones juegan un papel fundamental”.
Alejandro Dolina, en El libro
del Fantasma, le hace decir al autor de un inexistente y desopilante Tratado de Música y Afines, que si bien
casi todo el mundo dice qu
e le gusta la música, la humanidad miente. “Lo que en verdad gusta es aquello de lo que
suele venir acompañada, las atracciones anexas de las que se vale para cautivar
a las muchedumbres”. Me divierte pensar que lo que me seduce de la
matemática, no es la ciencia misma sino, como dice Dolina, todo lo que la
acompaña, Estamos hablando de lo excitante que es la vida universitaria, de la
emoción que provoca ese breve y sublime pasaje que va de la incomprensión a la
comprensión de un hecho, nos referimos a la armonía y pureza de algunos
razonamientos matemáticos, a las nuevas ideas que dispara cada descubrimiento
personal que hacemos, por trivial que pueda parecer, a la fascinación de las
aplicaciones insospechadas que tienen algunas ideas aparentemente abstractas de
esta ciencia y que impactan en nuestra calidad de vida. Estas cosas, claro
está, no son matemática, pero explican en cierta medida la extraña e
irresistible atracción que ejerce sobre muchos de nosotros. Cuando no
conseguimos transmitir estas emociones, rara vez logramos transmitir o divulgar
conocimiento.
Por nuestra historia, somos un pueblo muy sensible a la idea de
libertad, cualquiera sea el significado que cada uno le otorgue a esta palabra.
Todos los 24 de marzo marchamos en repudio de la dictadura cívico militar, hace
poco celebramos el bicentenario de la Revolución de Mayo, este año celebramos 30 años
de democracia y los doscientos años de la abolición de la esclavitud y en pocos
años celebraremos el bicentenario de la Independencia … Todos
acontecimientos que tienen relación directa con nuestra libertad. No es menor
el dato de que la
Universidad de Buenos Aires, nuestra casa, también esté
próxima a celebrar su bicentenario y que haya nacido al calor de las ideas
libertarias de algunos revolucionarios que entendieron que la construcción del
conocimiento era esencial para que la liberad fuera una realidad. La libertad
es uno de los valores más preciados por el hombre. Me gusta imaginar que el
conocimiento es su hermano gemelo. A través del conocimiento podemos palpar en
forma concreta la libertad. Saber lo que antes no se sabía, entender lo que
antes no se entendía genera un placer y un gozo incomparables y nos hace más
libres.
La figura, seguramente apócrifa, de Arquímedes saliendo de su bañera
y corriendo desnudo por las calles de Siracusa gritando Eureka!, es tal vez, la
que mejor describe esas ganas de compartir con los demás esa alegría que
proporciona el saber. Será por eso que el conocimiento está estrechamente
ligado con la docencia y la divulgación. Será por eso que es tan fácil
apasionarse con el conocimiento. Será por eso que hoy estoy aquí hablando con
ustedes. Los invito pues a que se asomen a él, que cada uno transite su camino
con pasión y alegría y que disfrute ese tránsito tal como lo hacemos los que
nos dedicamos a las ciencias en sus múltiples formas.
El Desafío de hoy
Para despedirme les dejo un desafío para que piensen en el
colectivo, o donde se encuentren.
Hace pocos días, los portales científicos se vieron sacudidos por
una noticia que en el ambiente matemático se estaba esperando desde hace 271
años. Si, No me equivoqué: el 7 de junio de 1742, (ayer hizo 271 años), Christian
Goldbach, un matemático prusiano nacido en Könisgberg y en ese momento radicado
en San Petesburgo, le escribió a su colega Leonard Euler que vivía en Berlín: “creo que todo número impar mayor que 5 es
suma de tres números primos”. Por ejemplo, 11 es la suma de 5 + 3 + 3 (tanto
5, como 3, que está repetido, son primos porque no se pueden dividir en forma
exacta más que por 1 y por ellos mismos). Desde entonces, ni Euler ni muchos
matemáticos que lo intentaron lograron dar con una demostración aunque si se
lograron algunos avances al respecto. La noticia de la que les hablo, es que un
matemático peruano llamado Harald Helfgott, parece haberla demostrado. Digo parece porque si bien la
demostración se puede bajar de Internet, la compresión de la misma está al
alcance de solo unas pocas decenas de matemáticos en el mundo. En este momento
está sujeta a revisión de ellos para determinar si es correcta o no, como se
estila en el mundo científico. Este resultado es conocido como Conjetura débil
de Goldbach, lo que hace pensar que hay una conjetura fuerte. Efectivamente es
así. Si la demostración de Helfgott es correcta se convertirá en un teorema y
dejará de ser una conjetura.
El desafío, si usted decide aceptarlo, es expresar el número impar
2013, año que estamos transitando, como suma de tres primos. Hay más de una
solución. Si quieren, la pueden mandar a la radio por sus distintas vías de
comunicación. Daremos cuenta de ellas el próximo sábado que nos encontremos.
Hasta la próxima.
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